MOLESTO CON DIOS
La sola idea de expresar malestar contra Dios puede resultar escandalosa para muchos. Al Dios todopoderoso, soberano y quien desarrolla todo bajo sus perfectos propósitos no podemos reclamarle nada, menos nuestra molestia contra Él. Pero ¿qué tan saludable es una relación que no nos permite ser francos con nuestras emociones?
Para formar personas sanas y maduras, que sean capaces
de establecer relaciones sinceras y profundas es fundamental enseñar a no
reprimir las emociones. Por esta razón es que la psicología nos enseña lo
importante y saludable que es hacerlo desde temprana edad, escuchando a los
niños, dejándolos expresarse y enseñándoles a canalizar sus emociones.
Sin embargo, en la relación más importante que podemos
tener nos enseñaron que esa apertura total no debe permitirse. Que ante Dios no
podemos expresarle nuestro enojo, ni nuestros malos pensamientos contra otros,
ni menos contra Él. Lo cierto es que cuando la apertura y honestidad emocional
están coartadas sólo obtendremos una relación enferma.
A pesar de esa espiritualidad castrante, en la Biblia
encontramos una historia completamente diferente. Vemos hombres y mujeres que
se expresaban a Dios abiertamente, a pesar de la tristeza, la incertidumbre o
la rabia. Los Salmos de lamento y la historia de Job son claros ejemplos de
ello. No vemos fórmulas de expresión “apropiada”, por el contrario vemos
personas desgarradas que se quejan ante Dios expresando sin tapujo la emoción
que los inundaba, incluso a veces rayando en la herejía.
Si queremos ahondar nuestra relación con Dios, si
queremos fomentar una relación genuina y honesta con el Señor, debemos permitirnos
expresar libremente nuestras emociones con madurez ante Aquel al que nada puede
ser oculto. Sólo de esta forma podremos relacionarnos con Dios en libertad y honestidad,
conociendo mejor la voluntad del Señor para nuestras vidas.
Por eso no puedo quedarme callado.
En mi dolor y mi amargura voy a dar rienda suelta a
mis quejas.
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