ADVIENTO EN EL DOLOR

En un año donde el sufrimiento, la muerte, las pérdidas, el encierro, la angustia y el desconsuelo han sido la tónica, parece difícil pensar en celebraciones. Durante estos últimos días de Adviento pienso con pesar en aquellas familias que no tendrán razón alguna para festejar la Navidad.

No es mi interés hacer una apología del dolor, pues por más argumentos racionales que el cristianismo pueda ofrecer (el pecado, el libre albedrío, etc.), el sufrimiento sigue siendo no sólo un misterio, sino algo que carece de toda lógica, principalmente cuando nos visita personalmente.

La alegría de la Navidad parece significar nada cuando nos encontramos inmersos en la profunda oscuridad del dolor y la pérdida. Por otra parte, la espera de Adviento nos hace más sentido, aunque a veces se hace eterna e insoportable.

Por eso te invito a que si te encuentras cercano a alguien cuya Navidad será oscurecida por su sufrimiento, no te apresures a desear una feliz Navidad, ni a ofrecer palabras de buena crianza que poco ayudan, ni a pretender aliviar el dolor con tus consejos. La única acción sincera que cobra algo de sentido es orar y estar por y para aquellos que sufren. Estar no para hablar, sino para escuchar si se da la oportunidad. Estar no para ofrecer soluciones ni pretender calmar el sufrimiento, sino para validar el dolor y acompañarles. El verdadero consuelo se expresa a través del ministerio de la presencia.

Y si tú eres una de esas personas que se encuentra en oscuridad, que no tiene razones para celebrar, no lo hagas. Y no sientas culpa por ello. Mi deseo sincero es que puedas tener al menos a una persona que esté para ti, pensando en ti, orando por ti, y disponible a escucharte en caso de que quieras hablar.

La Navidad es inminente, pero recuerda que no todos tendrán razones para celebrarla pues su espera continuará. Que Dios nos conceda poder tener una Navidad con sentido, alejados de la vorágine del comercio, de las luces, de las listas de regalos, y podamos apartarnos a pensar, orar y estar para aquellos que necesitan la luz y la paz de un nuevo amanecer en sus vidas.

“Porque nuestro Dios, en su gran misericordia, nos trae de lo alto el sol de un nuevo día,

para dar luz a los que viven en la más profunda oscuridad,

y dirigir nuestros pasos por el camino de la paz”

Lucas 1.78-79

Comentarios

  1. Amén. Que cierto, tan cierto que es difícil obviar la realidad del dolor que por estos días abunda y tan poco e insuficiente que nos parece cualquier acto de consuelo que podamos entregar. Pero eso es al fin no rendirse, hacer crecer nuestra fe y esperanza cuando parece no alcanzar, seguir estando, seguir llorando con quiénes lloran, abrazar el dolor de otros y hacerlo propio.
    Una invitación que nos llama no solo por estos días sino cada uno de ellos y aún después de esta Pandemia. Buscar sin cesar las las almas perdidas y desamparadas. Orar, entregar finalmente la vida en amor hacia otros.

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    1. Sin duda sería tremendo que como Iglesia podamos aprender esta lección de consolar al otro, de validar su dolor, de acompañar. No pretender resolver instantáneamente los problemas, ni aliviar el malestar con frases hechas. Sería un triunfo si esa lección permaneciera en nuestra práctica. De nosotros depende perseverar en ello.

      Un abrazo.

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