GANARSE LA VIDA


“La verdad: trabajar para vivir es más idiota que vivir. Me pregunto quién inventó la expresión ganarse la vida como sinónimo de trabajar…” - Alejandra Pizarnik (1936-1972) 

Hace poco más de una semana me encontré con esta frase de la poetiza argentina (hasta entonces desconocida para mí) en el muro de un compañero de trabajo. De entrada me encantó la crítica, la cual me hizo pensar cómo el cristianismo ha aportado en esa forma errada de ver el trabajo, pero también tiene la responsabilidad de devolverle el sentido que Dios le quiso dar. 

Entiendo que existe un consenso generalizado en que el trabajo para el mundo cristiano es un don de Dios, sin embargo, muchos lo han confundido con la maldición a la tierra expresada en el relato de la creación (Gn 3.17). Esta línea de pensamiento es una de las que ha aportado a esta idea de ver el trabajo como una carga en sí misma, una forma de ganarse la vida, lo cual de partida es anti evangelio de Cristo, pues sólo por medio del regalo gratuito de nuestro Señor es que podemos “ganar” la vida. No hay trabajo ni labor alguna que nosotros podamos hacer que nos permita ganarnos la vida. 

¿Quiere decir esto que no es necesario trabajar? De ninguna manera. Es dignificante poder trabajar para garantizarnos una subsistencia digna, lo cual es contrario a pensar que solo debemos vivir para trabajar. 

Como creyentes afirmamos que todo ser humano tiene la cualidad de ser Imagen de Dios, y la capacidad de trabajar, de crear con nuestras manos, viene a ser una señal evidente de esa cualidad propia del Dios creador. De hecho, el ser humano vendría a ser el único ser vivo del reino animal que no tiene un hábitat propio natural, pero sí puede configurar cualquier lugar para hacerlo suyo, es decir, el ser humano tiene la capacidad para construir realidad. Este proceso transformador también es conocido como ‘progreso’. 

La idea de progreso fue un aporte del cristianismo basado en su fe en la creación, donde la vida está lejos de ser algo cíclico e inmutable. Sin embargo, esta idea se vio profundamente afectada cuando el progreso se tradujo en guerras y en destrucción masiva del medio ambiente. Esto significó la comprensión de que el progreso, el crecimiento, no siempre se traduciría en mejor calidad de vida. Por lo tanto, el progreso no puede consistir sólo en avances científicos, ni tampoco sólo en avances tecnológicos, ni sólo en crecimiento económico, ni sólo como aumento de bienes. Por progreso habría que entender el proceso de enriquecimiento del hombre y la naturaleza que facilite el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres. Si no somos capaces de que todos los avances logrados por el progreso estén al servicio de la humanidad y su entorno, sólo provocaremos la destrucción de la humanidad y el medio ambiente, tal como observamos hoy en día, donde la humanidad y el medio ambiente parecen ser los que están al servicio del “desarrollo.” 

Por eso es sumamente relevante lograr avances en el ámbito ético (convivencia, justicia, solidaridad, igualdad) logrando fraternidad y respeto mutuo. De esta manera, es necesario cambiar la mentalidad individualista del progreso, por una más colectiva, comunitaria, que busque el desarrollo y el bien común, promoviendo más justicia, más cooperación, más conciencia. Y es justamente el cristianismo el que, como lo ha hecho en el pasado, sea el que hoy le devuelva al progreso su real sentido, su carácter humano y sus virtudes humanizadoras. 

Al lograr devolverle esta dimensión ética al progreso es que se puede entender que el discurso cristiano debe extenderse a la praxis sociopolítica. En otras palabras, como creyentes y como Iglesia de Cristo nuestra acción debe estar orientada a la realidad concreta, donde esperamos que el Reino de Dios, que ya ha sido instaurado, alcance su plenitud en nuestra sociedad, al mismo tiempo que aguardamos la venida del Señor. Pero, ¿por qué es necesaria una práctica cristiana en la esfera sociopolítica? Porque: 

Es la voluntad de Dios que el hombre progrese (vida abundante Jn 10.10). 

En un mundo con valores tergiversados, es imperioso que para lograr un auténtico progreso se realicen ciertas reformas, cambiando la estructura de la sociedad, para que dicho progreso cumpla con la finalidad de servir al hombre, a la sociedad y al medio ambiente. 

Si bien los ciudadanos cristianos estamos llamados a obedecer las autoridades sociales, no ocurre lo mismo cuando éstas no desarrollan su autoridad en pro del bien común. Por lo tanto es lícito defender los derechos personales y sociales contra el abuso de dichas autoridades. 

En conclusión, ante la pregunta sobre el sentido del trabajo, jamás éste debe ser considerado un fin en sí mismo. El trabajo no define nuestra dignidad, ni mucho menos es la forma para ganarnos la vida. El trabajo, para un cristiano, debe ser una expresión visible de nuestra condición como Imagen de Dios, donde por medio de éste formamos parte de la esencia creadora de nuestro Dios. Por lo mismo, al trabajar, no puedo pasar a llevar a los demás, pues no es algo que Dios hace en su creación. Con mi trabajo debo dignificar a los demás, colaborando con ellos, fortaleciendo sus debilidades y esperando ser fortalecido por ellos en las mías. Es cierto que el trabajo es un medio para obtener recursos para vivir, pero erramos el camino si buscamos en esa supervivencia el querer ser mejor que otros, buscando el bien individual en desmedro del social. Al fin y al cabo, como cristianos no podemos olvidar que “lo decisivo, lo que el ser humano necesita para existir, sólo puede dárselo Dios” (K. Barth). Cuidado eso sí con pensar que por eso no debemos trabajar, pues como ya se ha dicho, por medio del trabajo alcanzamos nuestra vocación como imagen de Dios, manifestándose nuestra aceptación activa de nuestra existencia. 

Anímense todos ustedes, gente del país. Trabajen, que yo estoy con ustedes. 
Yo, el Señor todopoderoso, lo afirmo. Hageo 2.4

 

 


Comentarios

  1. Nos han dicho que "debemos vivir para trabajar". Es muy triste ver que una gran parte de los Chilenos trabaja en lo que no les gusta, porque no tienen más opciones,lo cual genera un rechazo al trabajo. Cuantas veces nos hemos sentidos esclavos en un trabajo, donde no tenemos otra opción para cambiar lo que sentimos, donde no vemos que sea de bendición. Todas las personas deberíamos tener un trabajo digno, que nos llene donde podamos sentirnos bendecidos para así bendecir.

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    1. Tremenda verdad, gran desafío. Promover un sistema donde cada cual pueda trabajar en lo que se sienta desarrollado.

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