¿Hasta cuándo Iglesia en Cuarentena?
No ha dejado de asombrarme en estas últimas semanas la
iniciativa de algunos líderes religiosos evangélicos acudiendo a la justicia
para que se les permita reabrir sus templos y poder reunirse con sus
feligreses. En un intento desesperado por querer retomar la normalidad de sus
vidas comunitarias, me pregunto ¿cuál es la normalidad que pretenden retomar? ¿Cuál
es la rutina comunitaria que con tanta urgencia anhelan volver a experimentar?
Sin duda que la presente pandemia ha conllevado una
serie de desafíos para las diversas comunidades cristianas, pues se han visto
forzadas a adaptar sus actividades a la actual realidad. Es así como ahora es
común encontrar un sinnúmero de transmisiones de los distintos cultos online por cuanta plataforma existe. Y
es que el congregarnos es sin duda una de las actividades principales de las
comunidades cristianas, es algo que hacemos casi de manera rutinaria e
incuestionable. Sin duda que la reunión dominical es importante, pero no por
eso debemos pensar que la vida de iglesia y la comunión de los santos se reduce
a eso: un simple culto dominical.
Ser iglesia, ser los llamados a afuera, es justamente
eso, una comunidad enviada, quienes llevan a cabo la obra de Cristo y su evangelio en el contexto que nos
encontremos (Is 61.1-3). Es ir y hacer discípulos, compartiendo la buena
noticia del evangelio (Mt 28.19) y denunciando la injusticia de un sistema que
abusa del desvalido (Amós 5.24). Ser el cuerpo de Cristo es llevar a cabo la
obra que Cristo ha comenzado, ser las manos que dan, los pies que caminan al
lado de, los brazos que cubren y abrazan (Isaías 1.17). Bien lo expresó el
teólogo alemán D. Bonhoeffer señalando que: “La iglesia sólo es iglesia cuando
es para otros.” En este sentido no puedo imaginar el cuerpo de Cristo como un
colectivo que se limita a reunirse entre ellos (unas cuantas horas a la semana)
para cantar, orar, escuchar un sermón, pero se mantiene hermética ante la
realidad y necesidad que le rodea. Y por obvio que suene, lamentablemente es
una realidad más común de lo que quisiéramos reconocer.
Probablemente usted que lee estará pensando que su
comunidad no es así, que han desarrollado ministerios de misericordia en ayuda
del necesitado y que están compartiendo el evangelio con quienes conocen. Sin
embargo, mi intención no es apuntar a algunas comunidades específicas, sino al
grueso de la Iglesia de Cristo en Chile, la misma que durante los últimos años
en nuestro país no sólo ha callado ante los abusos, sino que los ha provocado y
encubierto; no sólo se ha manipulado la reflexión geopolítica de los fieles,
sino que se ha casado con algún sector partidista con fines mezquinos; no sólo
sus líderes se han aprovechado del poder que las comunidades les han otorgado
para provecho personal, sino que también han centrado sus esfuerzos en competir
con otras comunidades, consciente o inconscientemente, pretendiendo tener la
iglesia más grande, más moderna, con la mejor doctrina y, ahora, con mejores
transmisiones online.
Observo tristemente la realidad de mi Iglesia chilena,
la misma que hace más ruido por los escándalos, la misma que durante esta
pandemia ha hecho más noticia por ser epicentro de propagación de contagios,
por sus líderes que piden a la justicia permisos para volver a reunirse, pero
que poco ruido hace por llevar a cabo la obra que Dios le ha encomendado.
Entonces me pregunto, ¿reunirse para qué? ¿Para seguir
en nuestra propia cuarentena, tal como en los últimos años? ¿Para seguir siendo
comunidades herméticas que de vez en cuando organizan alguna actividad de
misericordia para hacer caridad esporádica y así aliviar sus consciencias y
sentido de piedad? ¿Para seguir adoctrinando y controlando a los feligreses,
prohibiéndoles educarse y cuestionar su fe? ¿Por qué nos molesta la cuarentena
por la pandemia, y sin embargo nos acomoda tanto la cuarentena que por años
hemos adoptado como Pueblo de Dios? ¿Acaso es porque antes sentíamos que al
menos teníamos algo de control?
Todas estas son preguntas que me hago sinceramente no
porque tenga una respuesta para cada una de ellas, sino porque al ver la
realidad de nuestra Iglesia y sociedad me cuestiono, y los invito a lo mismo, qué
tan cerca estamos de ser la Iglesia de Cristo. ¿Cuán cerca estamos de ser la
Iglesia enviada a cumplir la misión que se nos ha encargado?
Cuando nos referimos a la misión de la Iglesia, no
podemos limitarla a la denominada “Gran Comisión”, ni mucho menos a hacer
reuniones dominicales, ya sea de manera presencial como virtual. Tampoco
debemos entender la misión como una subcategoría de la Iglesia. La Iglesia no
tiene una misión, más bien la Iglesia es misión, por esencia, la Iglesia es el
grupo de los enviado a compartir el
evangelio, a nutrir espiritualmente a las personas, a fortalecer los lazos de
la comunidad, a servir a los demás. Esa es la misión, por tanto, esa es la
esencia de la Iglesia.
Nuevamente quiero motivarlos, no a enojarse ni
molestarse, sino a examinar sus vidas, sus comunidades, y preguntarse
honestamente, ¿cuáles son las prioridades de mi comunidad? ¿Dónde estamos
invirtiendo las fuerzas, el tiempo y los recursos?
Mi invitación no es a crear polémica, sino a que
juntos podamos imaginar una mejor realidad para llevarla a cabo, donde una
práctica más consistente y coherente con el evangelio sea la norma, no motivados
por el reconocimiento, ni la grandeza humana, mucho menos por el miedo y la culpa,
sino motivados por Aquel que, sin tener obligación alguna, se despojó de todo
lo que poseía, renunciando incluso a su propia voluntad, para someterse al
Padre y entregarse hasta la muerte por toda la humanidad, sin distinción.
Mi oración y deseo para la Iglesia es que una vez que
pase este tiempo de cuarentena, también podamos dejar atrás esa cuarentena que
por años hemos aplicado a nuestra vida comunitaria. Y cuando el Señor pregunte
a quién enviará, prestos respondamos como el profeta: “Heme aquí, envíame a mí.”
"Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos.
Rogad, pues, al Seor de la mies, que envíe obreros a su mies."
Mateo 9.36-38
Muy interesante, sin duda la frase de Bonhoefeer cobra sentido y nos llama la reflexión... Bueno, el examinar nuestro corazón es un trabajo idealmente diario. Gracias por la reflexión.
ResponderBorrarSin duda que es un desafío de cada día, reflexiones tanto individuales como comunitarias. Gracias por comentar.
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