Invitación a la Introspección
***Reflexión escrita originalmente con fecha 15, de abril, 2020
Durante
este tiempo de encierro me ha tocado ver no pocos videos, comentarios y
mensajes (muchos de ellos de manera involuntaria) de varios predicadores
haciendo el llamado a las comunidades a prepararse y aprovechar la gran
oportunidad que se avecina producto de esta crisis mundial para predicar el
evangelio. Es un llamado que a simple vista parece bastante noble, sin embargo
me ha estado molestando e inquietando más de la cuenta. Y es que detrás de tan
noble llamado a seguir la denominada “gran comisión” (título que no fue
asignado ni por Jesús ni sus discípulos) me surgen varias preguntas al
respecto: ¿Es la crisis actual el mejor momento para compartir la buena nueva,
o es algo que debiéramos hacer a tiempo y fuera de tiempo (2 Ti. 4.2)? ¿Estamos
mirando al necesitado como una cosecha, cosificándolo, para llenar nuestro
granero, o estamos entendiendo que nuestra cosecha, por tanto nuestro alimento,
es hacer la voluntad del Padre (Juan 4.34)? ¿Estamos buscando en la necesidad
de las personas la oportunidad de llenar nuestras comunidades, o nos estamos
haciendo prójimos del necesitado para suplir sus necesidades (Lc. 10.36-37)? Pero
seamos bien pensados y supongamos que la motivación en estos llamados está
basada en el evangelio de Cristo, que hemos estado predicando en todo momento
sin cesar, que nos preocupa estar presentes para suplir las carencias tanto
físicas como espirituales de los necesitados. Aún en este escenario ideal, me
surge la siguiente pregunta: ¿realmente queremos que nuestras iglesias, las
mismas que durante tantos años han dañado a tantas personas, abusándolas,
controlándolas, manipulándolas, y que por tanto han estado perdiendo un número
importante de feligreses, vuelvan a llenarse de nuevos creyentes, perdurando el
abuso? ¿Queremos dejar a estas personas necesitadas en manos de aquellos que
sólo son motivados por el dinero y no por amar al prójimo (Juan 10.12; Hch.
20.29)? Esto me lleva a la siguiente inquietud: ¿no será que antes de estar
buscando en esta pandemia, por tanto en la necesidad de la gente, una
oportunidad para llenar nuevamente nuestras comunidades, debiéramos estar
cuestionándonos qué debemos aprender de todo esto como cristianos, como Iglesia?
¿Hemos sido tan soberbios que ya olvidamos todos los escándalos en los que
nuestras iglesias se han visto involucradas en los últimos años?
Tengo la
convicción de que como Iglesia de Cristo, antes de estar sacando cálculos de
cuántas personas nuevas llegarán, éste es un tiempo de recogimiento, de introspección,
de considerar nuestro pecado, de arrepentirnos, de morir a nosotros mismos,
para que el Señor nos vuelva a levantar para Su Gloria. La Iglesia no puede
seguir callando ni escapando a su función de ser una voz profética en el mundo,
acusando y llamando al arrepentimiento a todos quienes abusan de los
necesitados, de los pobres, de los extranjeros, explotándolos para seguir
acumulando riquezas (Dt. 24.14; Ez 22.29; Mi. 3.11). La Iglesia no puede
renunciar a su llamado de ser una voz en el desierto que prepara el camino para
la segunda venida de nuestro Señor. Amada Iglesia, es hora de que seamos serios
con el llamado del Señor, es tiempo de hacer un autoexamen, de considerar qué
hemos hecho mal y arrepentirnos de nuestros pecados. En este punto quizás
algunos pensarán que este llamado no les toca, que sus comunidades se han
esforzado en obrar en base al evangelio de Cristo, y no lo dudo, pero no
podemos olvidar que el pecado tiene una dimensión colectiva, que si una parte
del pueblo peca, las consecuencias afectan a todos por igual (Jos. 7.1; Ro
5.12). Por lo tanto todos somos responsables de ser parte de un tiempo de
arrepentimiento.
Mi deseo
es que en este momento, como Iglesia de Cristo, podamos identificarnos con la
historia de Jonás, el profeta que quiso callar y evadir el llamado de Dios. En
su escape, lo atacó una gran tormenta. Y a pesar de su pecado, tuvo la
capacidad de hacer el ejercicio de introspección y darse cuenta de que él era
el culpable de la tormenta que azotaba, y como consecuencia de su pecado, fue
lanzado al agua. Posterior a eso estuvo encerrado en el estomago de un gran pez
(encierro que produjo real arrepentimiento y un interés genuino por retomar el
llamado de Dios), hasta que estuvo listo para salir y proclamar la noticia que
Dios le había comunicado. Mi oración es que como Iglesia podamos hacer el
ejercicio de introspección, ver en qué hemos pecado, y darnos cuenta de todas
las tormentas y heridas que nuestros errores han provocado tanto en nuestras
comunidades como en la vida de otros. Que aprovechemos este tiempo de encierro
para buscar el rostro de Dios, arrepentirnos de nuestros errores, y renacer a
la nueva vida que Cristo ofrece, y así seguir proclamando la buena noticia de
Cristo.
Quisiera
concluir no sin antes pedirles que no me malinterpreten. Por nada mi deseo es
que dejemos de compartir el evangelio, al contrario, creo que es una labor que
debemos hacer a tiempo y fuera de tiempo (2 Ti. 4.2). Tampoco piensen que
ignoro que cuando enfrentamos la miseria propia del ser humano, es cuando más
nos abrimos a lo divino, reconociendo nuestra necesidad de Dios (Lc. 15.14-20).
Pero el llamado sí es a considerar este tiempo no como una gran oportunidad
para volver a llenar nuestras comunidades, sino para autoexaminarnos y
reflexionar en nuestros errores (tanto individuales como comunitarios),
arrepentirnos, y tener esperanza de que Dios transformará nuestras vidas y
comunidades. El llamado es a no ser motivados por un aprovechamiento de la
necesidad de nuestro prójimo, sino ser movidos por el ejemplo del Maestro, encarnando
Su evangelio y predicando a la manera de Cristo, quien no se aprovechó de las
necesidades de la multitud para cumplir deseos egoístas de poder, éxito y
grandeza humana (Juan 6.15), sino que caminó junto al necesitado (Lc. 24.15),
devolvió la dignidad a los desechados (Hch. 10.34; Gal.3.28; Ro. 10.12), sanó a
los enfermos (Mt. 4.23-24), alimentó a los hambrientos (Mc. 6.41-42; Juan 6.35),
y dio su vida para que la nuestra fuera abundante (Juan 10.10b). Sólo si nos
dejamos transformar por este evangelio nuestras comunidades volverán a ser un
espacio de refugio para los cansados y afligidos de la vida.
Si se humillare mi pueblo, sobre el cual
mi nombre es invocado,
y oraren, y buscaren mi rostro, y se
convirtieren de sus malos caminos;
entonces yo oiré desde los cielos, y
perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.
2 Crónicas
7.14
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